MÉXICO, D.F. (Proceso).- México –es ya un espantoso lugar
común– lleva en menos de siete años, según datos oficiales, más de 70 mil
asesinados y cerca de 30 mil desaparecidos. Estados Unidos, desde la masacre de
Newton en diciembre de 2012, donde perdieron la vida 20 niños, lleva
contabilizados, hasta recientes fechas, 2 mil 657 asesinatos. Todos ellos han
sido víctimas, de alguna o de otra manera, de las armas, muchas de ellas de
asalto, vendidas de manera legal e ilegal en Estados Unidos.
Estas son sólo cifras, estadísticas que generan una
percepción lejana de la realidad, como si la miráramos en una maqueta que no
dice nada sobre el horror. Para poder comprenderlo hay que oír el relato de las
víctimas, lo que vemos cada noche y nos levanta sobresaltados.
Pero no lo está. Ningún arma, ningún interés comercial,
ninguna justificación ideológica, como la que ampara la segunda enmienda de la
Constitución de los Estados Unidos, ninguna lucha contra las drogas, que en
México alimenta exponencialmente el comercio de armas y el crimen, vale esa
realidad atroz. Es necesario que esos hombres sepan que un solo cabello de esos
muchachos y de esos niños asesinados y desaparecidos por el miserable poder de
las armas, que un solo cabello de esos muchachos y de esos niños que corren el
peligro de ser destrozados por la prepotencia tecnológica de la industria
armamentista, que una sola de las angustias de las madres y padres que buscan a
sus hijos que unos hombres armados se llevaron, que una sola de nuestras noches
frente a la muerte de nuestros hijos, es más importante para México y los
Estados Unidos que los millones de hombres y mujeres que con la sonrisa en los
labios defienden el universo de las armas y de la guerra contra unas sustancias
que deben ser vistas, no como un asunto de seguridad nacional, sino como un
problema de salud que deben regular y controlar los Estados.
Detener las armas y cambiar la óptica frente al problema de
las drogas debe ser, de cara a las evidencias del horror y no de la
estadística, la prioridad del encuentro que en mayo sostendrán Barack Obama y
Enrique Peña Nieto en México. Esa debe ser la base de la agenda bilateral y
también la responsabilidad de los ciudadanos de ambos países. Si no presionamos
para que así sea, si dejamos que sólo los intereses comerciales y políticos
–que han arrodillado a los Estados para hacerlos justificar el crimen– hablen
por boca de nuestros mandatarios arropados, como siempre, por nubes de
fotógrafos y grandes titulares, todos tendremos el rostro de los asesinos.
Entonces nosotros, los que no podemos ya dormir porque sabemos del horror y no
tenemos corazón para aceptarlo, seguiremos luchando, contra los delicados que
nos encuentran monótonos, para cambiar la suerte que las democracias también
reservan a los seres humanos.
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